martes, 26 de enero de 2016

LA RAMONA



LA RAMONA

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(Cuento propio de escaso merito y de mas escasa inspiración)


Permítanme sus señorías la licencia, mas entiendo que aquestas tan señaladas fechas, bien se merecen un respiro en política maltratada, y de paso el beneficio de una sonrisa que alegraren corazones y despertaren espíritus adormecidos en aburridas sesiones de cansinos responsos y maladas discusiones.


Y que para conseguir el intento, traigo a colación un pequeño cuento que saqué de la manga en un momento de menguada inspiración.


Acepten pues el regalo, si a bien lo tienen, de leer lo que sigue, y manifiesten en buena hora y mejor disposición lo que les parezca  y den a luego más tarde  su opinión.

LA RAMONA

Quien dijese, por bien dicho lo tuviera, que la Ramona era una lozana moza de ardorosa juventud que gustaba de retozar con los mozos en la era.

Magro beneficio sacaba de aquéllos furtivos encuentros, pues los escarceos amorosos no pasaban mas allá de lo que la decencia permitía.

El temor por el “qué dirán” cerraba piernas que antojabanse deseosas de allanar caminos hacia ignorados placeres por recato refrenados, por recato condenados a sufrir penitencia de abstinencia, penitencia de abstención en hipócrita sumisión.

Juventud de amor presa, cruelmente castigada a causa de no faltar a virtudes impuestas por puritanas sentencias.

Diversos que fueron galanes y enamorados mancebos que gustaron de las mieles de sus caricias, ardores que refrenar debieron ante las armas defensivas esgrimas en mor de exigida decencia.

Cuando la situación lujuriosa desataba en peligrosa pasión y la batalla amorosa amenazaba con derribar tan sutiles barreras de contención, la Ramona imploraba compasión: _! Apiádate ardoroso joven de mi virtud!... !No mancilles lo que por mor de mi constancia mantengo como bien más preciado que una doncella ofrecer pueda!

Y en esas, ante razones así expuestas, el mozo de ocasión, meditaba si dejarse arrastrar por la oportunidad que dícese la pintan calva, o acceder al imploro de lágrimas derramadas renunciando al placer que aquel cuerpo soberano prometía, y tan cerca, tan al alcance de las manos se ofrecía.

Más de un enamorado galán hubo, que no accediendo a razón de imploro ni continencia rechazada, con firme propósito apartaron enaguas que protegían virtud amen de ignorados tesoros de aquella doncella brava.

Más en estas, cuando razón ni imploro bastaba para frenar la fiera desatada, - porque así lo exigía la ocasión, y el guion imponía-, la Ramona caía en desmayo. (Costumbre muy de la época impuesta por la ética honesta de no aparecer las doncellas como consentidas y cómplices en batalla de pasión organizada)

Con cuerpo inerte pero mente despejada y anhelante ansiedad, la Ramona esperaba con ojos cerrados acontecimientos por descubrir y hasta el momento vedados. Mas los mozos que en esa se encontraban, viendo aquel esplendoroso y estremecido cuerpo lleno de lozana vitalidad a merced de sus caprichos, caían en estado de culpabilidad y renunciando a placer tan ofertado, buscabanse de la forma de reanimarla.

La Ramona maldecía a hombres tan necios que teniendo el goce a su alcance, de él se privaban y privabanla a ella de saborear el fruto que la decencia le impedía gozar en consentimiento, pero no se lo negaba cuando forzado el intento aparentaba.

Recuperada del fingido desmayo, amargas lágrimas de reproche sus ojos inundaban y que los mozos, benditos sean, achacaban a que ella quisiera pensar que agredida su casta virtud en contra de su voluntad,
 violada fuera.
 
En viendo tan lastimero llanto y desconsuelo semejante, los no hace tanto ardorosos galanes, apresurabanse a confesar su inocencia, que nada grave había acontecido, que su virtud seguía intacta e intacta su pureza.

¡Mal haya sea tu estampa! Razonaba la Ramona por la ocasión perdida, por la ocasión malograda….¿Es que no habrá en aqueste  pueblo mozo de arrebato con suficientes agallas?

Mas un día que por intranscendente se tuviera, pues nada a destacar digno de mención se mereciera, acertó a llegar el abad del cercano monasterio, que hospedose en el hostal y allí la noche, holgara a bien pasar.

Acompañaba al abad, un joven novicio que aun hábitos no había tomado, pero que en puertas de hallarlo, se hallaba.

Jamás los ojos de la Ramona vieron mozo tan galano y de tan galana compostura. De inmediato prendada de su gallardía y prestancia, la Ramona sucumbía.

La sangre quemó sus venas, la pasión la mente nubló. Tan apetecible ejemplar, producto de la lascivia de Apolo en noche de interminable amor allende el Olimpo donde los dioses tuvieran a bien y por costumbre desfogarse, no podía dejarlo escapar. Si así lo hiciera, no se lo perdonaría por muchos años que a partir de aquel día viviera.

Con armas de mujer, hasta la era llevó. Rendida a sus pies exigiéndole amor imploró. Con manos expertas y encendidos besos entre calzas buscó en intento de  despertar pasión.

Enaguas y prendas propias de condición femenina, la Ramona con furor deshebilló buscando recompensa en amores, desenfreno desatado, buscando comprensión.

Ante tan inesperado ardor y situación tan compleja, el joven novicio defendiase solicitando clemencia, tregua para comprender lo que acontecía, y acomodar la mente sorprendida a la nueva dimensión.

Respeto hacia su condición de novicio clamaba. Mas aquellos argumentos, escaso peso de razón representaban para parar la furia de pasión desatada.

La Ramona dispuesta estaba a ganar aquesta batalla de sensaciones, de sentimientos, de ocasiones tantas veces malogradas.

Allí dejaría si preciso fuere, su honor, su honra, su virtud y todo aquello que menester exigiera, pero jamás en su empeño cejaría, así sobre sus cabezas el Cielo sucumbiera.

Dios entendería, convencida estaba, que por aquella vez su furor fuera satisfecho en medida tan lograda.

Y si el Cielo no lo entendía, ya pondría dos velitas a la Virgen más afamada, que por aquello de no ser muy practicante, ignoraba, no sabía, cual fuese la más apropiada.

 ¡Más que importaba aquello ahora, ante ocasión tan propiciada! ¡Ya indagaría ella mas a luego que Virgen era la que más de aquestas ocasionas perdonaba!

Viendo la batalla perdida, que cedía su entereza, que su voluntad flaqueaba, el novicio cayó en desmayo a semejanza de lo que tantas veces la Ramona practicara.

La Ramona atónita la situación contempló. Aquel cuerpo tendido a sus pies, expuesto a su capricho, a sus deseos, la llevó a una reflexión.

 Las tornas habíanse cambiado, ella ahora era la dueña de su decisión, ahora era ella quien decidir debiera resolviendo el papelón.

Aquel argumento tantas veces utilizado, ahora en contra suya jugaba, como si el destino caprichoso justa venganza se tomara.

Por seguro tenía, que el novicio empleando estaría la misma argucia tantas veces por ella esgrimida.

Esto creabale una nueva disyuntiva. Si desearle, por imperio de pasión la seducía, mas tomarle de aquesta forma, de aquesta manera, cargo de conciencia le producía,…!la conciencia, maldita sea malaje, se lo impedía!

Aquella responsabilidad no deseada, enfrió su ardor. Por un átimo por su mente, presa aun de pasión, una malsana idea de retorcida curiosidad cruzó.

En bajarle las calzas pensó, descubrir el calibre que a punto estuvo de disfrutar y que la conciencia, y la iglesia como principal culpable !en mala hora!, la ocasión cercenó.

A la vista de trofeo no logrado, podría decidir si había valido la pena o no la renuncia, la condena a seguir en tan precaria, injusta y no deseada situación.

Y aquí se produce dicho tan cierto de que a quien hierro mata a hierro muere, y que la pasión se lleva muy mal con la razón.



¡Bendito sean su señorías, que aguantaron semejante chaparrón, semejantes tonterías, producto de aquesta mente de escaso merito, de escaso conocimiento y aun más escasa preparación. Y lo hicieron a mayor merito propio, sin perder compostura ni acordarse de la madre que parió al autor!


¡Benditos sean sus señorías por su santa paciencia y devoción.

¡Mas no se acostumbres vuecencias, pues esto solo es producto de un calentón! No siempre viene la musa que propicia y alimenta la inspiración. Que aquesta viene cuando quiere, cuando le sale del mondongo sin pedir venia ni autorización. Y como viene se va sin despedirse ni decir siquiera adiós.

Autor: Valentín García

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