REFLEXIONES
Escribir no resulta complicado cuando se tiene claro lo que se quiere decir. A partir de ahí sólo hay que dar forma al propósito.
El problema viene cuando se quieren plasmar sentimientos en letra impresa. Es ahí donde el cerebro entra en contradicción con el diccionario.
Escribir no resulta complicado cuando se tiene claro lo que se quiere decir. A partir de ahí sólo hay que dar forma al propósito.
El problema viene cuando se quieren plasmar sentimientos en letra impresa. Es ahí donde el cerebro entra en contradicción con el diccionario.
Que nadie es profeta en su tierra es un adagio que
todos conocemos. La razón oculta del trastorno que produce la chispa de la
inspiración, no siempre es bien comprendida.
Bajo el efecto de esta llama, el hombre viejo se consume por dentro, los errores se transforman en vanidades y el conocimiento de las reglas se esfuma cual efímera llama persiguiendo el oropel de la letra impresa.
Bajo el efecto de esta llama, el hombre viejo se consume por dentro, los errores se transforman en vanidades y el conocimiento de las reglas se esfuma cual efímera llama persiguiendo el oropel de la letra impresa.
La belleza al aliento de entusiasmo, al acento
fervoroso que inflama al autor, se mezcla desordenadamente en su intento de ser
fieles el reflejo impreso de los sentimientos.
Los viejos conocimientos de nada valen. La experiencia
se diluye buscando atajos que los años han borrado al mismo tiempo que las
flores que jalonaban el camino de la inspiración se marchitaron.
La lógica del razonamiento
que permite expresar conocimientos adquiridos, insta a emplear la sencillez de
los argumentos, y eso que en principio parece tarea fácil, termina por no serlo
y se torna farragoso.
El diccionario que todo escritor lleva como
formulario en el cerebro, cuando más
precisa de su complemento, es cuando se niega a facilitar su traducción a la letra
impresa. Entonces cunde el desánimo ante el gasto improductivo y la escasez de
ideas.
El oropel se trastoca en pésimas oraciones sin ningún
sentido que sólo se sirve para rellenar el espacio en el papel que desafía el
conocimiento. Se cae en la vulgaridad de la palabra, se entra en conflicto con
las figuras de dicción, con la sintaxis y se termina por confundir el sujeto
con el predicado. Y lo que parecía de oratoria sencilla, se convierte en un
tinglado de farsa que acaba designando la parte por el todo, el género por la
especie, la especie por el individuo. Y es justo ahí cuando de nuevo la
ignorante pedantería recupera su rostro que abandonó por un momento de inflada
inspiración. La fragilidad del entendimiento se convierte en un monstruoso ser
que devora con facilidad el escaso conocimiento
que termina compartiendo
espacio con el ego.
Escribir no es difícil cuando se sabe lo que se quiere
decir, el problema viene dado cuando se quiere traducir el sentimiento y para
ello se buscan cauces de difícil tránsito, de complicados andares que
entorpecen el caminar y desorientan al pretencioso escritor que termina por no
saber dónde se encuentra.