sábado, 23 de enero de 2016

PRIMER SALTO






¡Qué tiempos!...¡Qué vivencias!...¡Cuántos recuerdos!... ¡Y cuanta mala leche desplegada a lo largo de dos interminables años! Pero por encima de todo !Cuanta nostalgia de aquellos maravillosos 19 años que nunca volverán!

¡Bendita inocencia! Nos lo creíamos todo. Nuestro espíritu aun en formación, era una tierra virgen, fértil para ser abonada.

Y lo fue. El problema es que los profesores que nos tocaron en suerte, no eran los más preparados para abonar adecuadamente aquella tierra virgen y generosa.
"Que gran vasallo hubiera sido de haber tenido un buen señor"

Por el contrario, sin ninguna preparación ni conocimiento, en su condición de personal de reenganche sin  la más elemental noción de psicología y nulo saber del comportamiento humano, intentaron y consiguieron amedrentarnos, pensando que era la mejor forma de enseñar.

Y se perdió como siempre sucede en estos casos, el enorme caudal que todos y  cada uno de nosotros llevábamos dentro. Se marginó lo espiritual para potenciar lo material, ignorando que ambos van unidos, y que el uno sin el otro provoca un desequilibrio que marca el comportamiento posterior del sujeto.

Nos enseñaron a fuerza de impartir  órdenes y castigos.  Nuestros primeros contactos decepcionantes. El castigo primaba sobre la razón. Y sobrevivimos fortaleciendo cada uno el espíritu de acuerdo a sus creencias y voluntad.

Unos mejor que otros, fuimos forjando lo que más tarde sería nuestro comportamiento, nuestra forma de ser. Y entre los valores que potenciamos, como no podía ser de otra forma, destacó el compañerismo. Se hacía preciso para sobrevivir a los interminables momentos de angustia y nostalgia que tenían su forma de actuación  en el cuerpo militar que voluntariamente habíamos elegido.

Merced al sentimiento de compañerismo y de amistad, fue creándose un vínculo más fuerte que el negativo que nos transmitían aquellos que se suponían debían formarnos, y que lo que consiguieron en algunos casos, fue lo contrario. No hay regla sin excepción. También los hubo, yo los conocí, aquellos que aun cuando carecían del más elemental conocimiento como educadores, sin embargo sobresalían como buenas personas y compañeros. ! Para ellos mi  gratitud y tributo.


Y hecha la reflexión, sigo con el relato:
"Había dormido poco. En contra de mi costumbre, apenas había pegado ojo. Inquieto, nervioso, expectante, dando vueltas en la cama, la noche se me había hecho agotadoramente larga, eterna, interminable.

Somnoliento, pero excitado, con los ojos hinchados, formaba junto a mis compañeros. El de mi derecha tenia escrito sobre la chichonera: "Madre no me abandones". Había algunas más con frases parecidas. La mía estaba en blanco, no tenía nada escrito y tampoco había querido escribir nada.

Los paracaídas pesaban y el calor empezaba  apretar. Hasta mis oídos llegaba el ruido peculiar de petardeo asmático de aquellos viejos y enormes motores expulsando humo, llenando el limpio ambiente de la escuela en Alcantarilla con el olor del combustible, que siempre tuve la impresión que se desperdiciaba más que se consumía.

La espera se hacía interminable. Algunos compañeros empezaron a sentarse, apoyando paracaídas con paracaídas. El problema venía luego para levantarse.

Cansado, entorné los ojos para evitar el reflejo del sol sobre el terreno que hería mis pupilas.!!Por fin había llegado el gran día, el momento por el cual me había alistado!!… ¡Era la hora de la verdad!

Atrás quedaban los innumerables saltos dados desde la torreta de entrenamiento. Los imaginarios contactos con el suelo para aprender a caer sobre  glúteos,  rotar, voltear sobre la espalda para descargar el impacto.

La teórica con sus interminables preceptos y conceptos. Las charlas con los superiores sobre el compañerismo, superación y el valor. Todo aquello había quedado atrás.

Ahora, delante de mí solo tenía un espacio de terreno inmenso, sobre el que se reflejaba el sol, y un reto. También una pregunta:.. ¿Sería capaz?

Curiosamente nunca me la había planteado con anterioridad, mucho menos de aquella forma. Sin embargo en aquel momento, de forma sibilina, traicionera, me había asaltado, sorprendiéndome…..!Por supuesto que sería capaz!

No pasaba por mi imaginación el regreso a casa, vencido, abatido, derrotado, con el orgullo mancillado….. ¡Menudo espectáculo! Después del trabajo que me había costado convencer a mi padre para que diera su autorización…! No, ahora no podía fallar!

Malhumorado, deseché tan inoportuna interrogante que ponía en duda  mi hombría, mi fuerza de voluntad y decisión.

Nos mandaron poner en orden de revisión, mientras un viejo Junker aparecía, por fin, delante de nosotros. Nos revisaron los paracaídas, los pasadores y las navajas. Todo en orden.

El primer pelotón marchó hacia el avión, y fueron desapareciendo en su interior.

Muy despacio, quejándose del esfuerzo a que era sometido, el viejo Junker fue cogiendo velocidad y muy lentamente elevó el vuelo. A este destartalado y obsoleto avión de la Segunda Guerra Mundial, siguió un segundo con su renqueante esfuerzo en el intento de mirar  al cielo .

No perdíamos ojo de su vuelo casi planeador. Fuimos conscientes del momento que “cortaban motores” bajaban revoluciones y prácticamente se detenían en el aire. Levantando las manos, señalándolos, gritábamos alborozados: “! Ya saltan, ya saltan!” , y empezábamos a contar: ….”Uno, dos, tres, cuatro…..” De pronto algo falló; el salto se interrumpió.

Nos mirábamos interrogantes, sin saber que podía haber sucedido. No habíamos visto nada anormal, salvo que se había interrumpido.

Cuando el avión aterrizó, nos enteramos que un compañero se había negado a saltar. El pánico superó la voluntad impidiéndole lanzarse al vacío. El llanto tomó protagonismo nublándole  la razón y el instinto de supervivencia se había impuesto anulando el arrojo que se le suponía.

La escena nos conmovió y vi la duda reflejarse en más de un rostro, mientras le veíamos descender del avión con la cabeza agachada y la vergüenza reflejada en su rostro Con aquello no contábamos. (Fue lamentable verlo marchar llorando al día siguiente)

Tras los inevitables comentarios, que se produjeron en todas direcciones y para todos los gustos, retomamos las posiciones. En mi pelotón hubo un intercambio de miradas intentando transmitir confianza, y a la voz enérgica, segura, dada por uno de nosotros:!Venga, vamos!, nos pusimos en marcha.



Por mi estatura, iba el último pues
me correspondía saltar el primero.

Conforme nos acercábamos, el ruido de los motores, el humo, el olor insoportable, penetrante del combustible que impedía respirar, se apodero de mí. No oía nada aparte de los motores. 
Cuando puse las manos en el fuselaje para subir las escalerillas, sentí las vibraciones de aquel monstruo agónico que se estremecía con vida propia.

Sentado de forma precaria en el exiguo asiento, observé los rostros de mis compañeros deformados por las cintas de las chichoneras que de tan apretadas, distorsionaban los rasgos faciales, dándoles una apariencia desconocida.

El avión enfiló la pista y sentí en mi cuerpo los baches como si de un coche cualquiera se tratase. De pronto no sentí nada, una gran ingravidez se apodero del interior del avión. Desaparecieron los baches, el contacto de las ruedas sobre la pista, la unión con lo físico, lo terrenal. El ambiente había cambiado: incluso el ruido de los motores era distinto…..!Estábamos volando!

Giró y tomó altura. A la orden del jefe de salto, nos pusimos en pie y enganchamos en la barra estática conforme nos habían enseñado, teniendo sumo cuidado de no introducir el correaje por debajo del brazo, tratando de guardar la distancia para no tropezar con el compañero. En mi cerebro se agolpaban todas las enseñanzas recibidas que repetía  mentalmente con insistencia.

Me arrodille en la puerta, sujetándome con las manos por fuera, esperando la orden de saltar.

Debajo de mí veía cuadros de colores y nubes que se deshacían caprichosamente, formando nuevas figuras, mientras el aire acariciaba mi cara. Mi mente se había quedado en blanco. Todas las enseñanzas habían desaparecido. De pronto sentí un golpe fuerte sobre el hombro que me sacó de mi plácida visión  y me lancé.

Nos habían enseñado que debíamos contar tres segundos y que si pasados estos no se abría el paracaídas, debíamos abrir el de pecho. Para estar seguros de que había pasados los tres segundos, debíamos  contar en cifras de tres, esto es: 365, 366, 367; para mayor seguridad, debíamos incluir una cuarta y entonces abrir el de pecho.

 

Caía y caía y de pronto sentí un fuerte tirón hacia arriba. Sorprendido miré y vi sobre mi cabeza la seda blanca que me suspendía en el aire. No había contado nada, ni un segundo, ni dos ni tres ni ná de ná. Si hubiese seguido cayendo me habría parecido lo más natural, posiblemente hasta que mi instinto de supervivencia me hubiese devuelto a la realidad y Dios sabe si a tiempo.

Recobrado el sentido del momento y del lugar, lo primero que advertí, es que reinaba un silencio absoluto; una sensación de paz desconocida de lenta secuencia me rodeaba, inundando mi ánimo. Me sentía maravillosamente bien flotando en el espacio.

Con sumo cuidado atraje hacia mí la cinta derecha delantera para soltarla de inmediato al ver como el paracaídas se iba hacia delante velozmente en esa dirección.

A pesar de la sensación de fragilidad del paracaídas, me sentía seguro. Los cuadros de colores que había visto al principio, iban tomando cuerpo, aumentando progresivamente de tamaño y empecé a distinguir algunas casas. Unos pájaros pasaron por debajo de mí, y a la derecha distinguí dos paracaídas más que bajaban majestuosamente. A mi izquierda, en la distancia, algunos árboles se empezaron a perfilar, y eso me hizo tomar conciencia de que el suelo se aproximaba, y a partir de entonces centré mi atención en el inminente contacto.

Cuando éste se produjo, recobrado de nuevo el sentido del contacto con el suelo, tras comprobar que no había sufrido lesión alguna, empecé a recoger el paracaídas como nos habían enseñado para guardarlo en la bolsa.

Detrás de mí escuché  gritos y vi a dos compañeros que ya habían tomado tierra y daban saltos de alegría, riendo y cantando. Me sumé a ellos agarrándonos de los hombros girando enloquecidos y riéndonos como críos.

Después de la tensión pasada, ya con la bolsa del paracaídas al hombro, mientras caminábamos hacia el punto de reunión, sentía unas ganas enormes de dar otro salto, pues aquel me había parecido poca cosa.

Esta es la historia de mi primer salto, cuyo recuerdo guardo entre jirones de neblinas como las que se paseaban por debajo mío el día que me sentí flotar por primera vez en mi vida y miré a los pájaros a los ojos con un gesto retador."


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